Eduardo en Taormina, su última aparición pública

Ustedes saben que tengo fama de ser un oso. Dicen que tengo un carácter espinoso, que exploto... Soy explosivo. No es verdad. Si yo no hubiese sido explosivo, si yo no hubiese sido un oso, si yo no hubiese sido alguien que se mantiene alejado, no habría podido escribir cincuenta y cinco comedias.

¿Por qué he venido aquí esta tarde? Bien... es cierto que me habría quedado en casa, como he hecho siempre, para escribir alguna última idea, alguna última locura. Pero he dicho: No. Debo ir porque es la fiesta del arte, la fiesta de los actores... Y porque les quiero mirar a la cara, a todos ustedes.

Hoy quiero ver también yo el teatro desde la platea.

Quiero ver el teatro que camina.

Quiero ver el teatro que no se rinde; que va adelante con los jóvenes, con los ancianos, con los viejos, como yo...

Va adelante

Por eso estoy aquí hoy.

Hacer teatro en serio significa sacrificar una vida.

Mis hijos han crecido y yo ni me he dado cuenta. Menos mal que mi hijo ha crecido bien.

Este es el don más grande, más importante que he tenido de la naturaleza. Sin mi hijo yo -disculpen-quizá me habría ido al otro mundo hace muchos años. Le debo el resto de mi vida. Él me lo ha devuelto todo, plenamente. Perdonad si hago este discurso y hablo de mi hijo. Nunca he hablado de él. Se ha presentado por sí mismo. Ha venido desde el último lugar de la fila, desde la nada. Bajo el hielo de mis costumbres teatrales. Cuando estaba en el escenario para ensayar... cuando estaba en el escenario para actuar...

Ha sido toda una vida de sacrificios.

Y de hielo.

Así se hace teatro.

Así lo he hecho.

Pero el corazón se ha estremecido siempre, todas las noches, todas las primeras representaciones.... Y lo he pagado.

También esta noche me late el corazón.

Y continuará latiendo, incluso cuando se haya parado.

Fragmento del discurso de Eduardo en Taormina, el 15 de septiembre de 1984; un mes antes de su muerte.